Transcripción de charla a distancia para la sociedad nacional honoraria hispánica Sigma Delta Pi en la Universidad Estatal de Florida, el 23 de marzo de 2016.
Hola y muy buenas. Mi nombre es José Ramón Torres y primero que todo quisiera agradecer a la sociedad honoraria hispánica Sigma Delta Pi en la Universidad Estatal de Florida por haberme invitado a hablar sobre mi primera novela, titulada Olas y de unas sesenta y tres mil palabras, o doscientas páginas. También doy las gracias a los alumnos, profesores y otras personas que estén viendo esta charla ahora mismo.
Con la presentación que han hecho los organizadores de la actividad, más la información sobre el libro y su autor en la carátula de la versión impresa, que acaban de ver en pantalla durante un par de minutos, no creo que hagan falta más detalles sobre mí.
Siguiendo la recomendación de Sigma Delta Pi, hablaré durante los siguientes veinte a treinta minutos sobre cómo se refleja en mi libro la emigración cubana a Estados Unidos de los últimos cincuenta años.
Y, bien, como ya saben de qué trata la novela, podemos pasar directamente a su primer capítulo, que es solo esta cita con su fuente. Se trata de un comunicado de prensa del diario cubano Granma, que verán mejor en una diapositiva:
El comunicado
Como consecuencia de la dolorosa muerte de un guardián de la sede diplomática del Perú y ante la actitud tolerante del gobierno de dicho país con semejantes malhechores, el Gobierno Revolucionario de Cuba ha decidido retirar la custodia a dicha sede diplomática. De ahora en adelante los funcionarios de la misma serán los únicos responsables de lo que ocurra en su embajada. No podemos proteger embajadas que no colaboren a su protección.
(Diario Granma, La Habana, Cuba, viernes 4 de abril de 1980)
Este comunicado les resultará familiar a quienes hayan visto la película Caracortada, no la versión original, dirigida por Howard Hawks y con Paul Muni, sino la de Brian De Palma, con Al Pacino como el “marielito” Tony Montana. Aquí tienen un fragmento del principio.
<FRAGMENTO DE PELÍCULA CON PALABRAS DE FIDEL CASTRO>
Tanto el comunicado de prensa del Granma como la intervención de Fidel Castro son posteriores a unos sucesos que se pueden resumir así: en abril de 1980, seis individuos en un autobús irrumpen por la fuerza en la embajada de Perú en La Habana, en el incidente muere un custodio y los peruanos se decantan por el asilo político. Ahora bien, ¿qué sucede cuando Cuba retira la protección de la sede diplomática? Pues que se asilan en ella unas once mil personas. En el segundo capítulo del libro se describe el ambiente en la casona del barrio residencial de Miramar, ocupada hasta el último rincón por los asilados.
Cuba decide entonces habilitar el puerto de Mariel, en el oeste de La Habana, para que se vaya quien quiera, y el resultado es que llegan a Estados Unidos más de 125 000 “marielitos”. Las fotos siguientes, del archivo del Miami Herald, dan una idea de las dimensiones de este episodio migratorio.
<FOTOGRAFÍAS DE ÉXODO POR PUERTO DE MARIEL>
¿Qué vemos en estas fotos? Euforia en el sur de la Florida. Exiliados cubanos que han bajado hasta Cayo Hueso y preparan embarcaciones propias o alquiladas para sacar a sus familiares de Cuba… Otros que esperan en tierra… Calles abarrotadas de remolques vacíos… En estas fotos no se aprecia, pero cientos de embarcaciones de diferentes tamaños, desde camaroneros hasta pequeños barcos de recreo, llegaron a formar una impresionante flotilla que cubría las 90 millas entre La Habana y Cayo Hueso. Todo este revuelo se describe en el libro mediante los ojos y oídos de Bob Nash, un inglés radicado en Cayo Hueso, que sigue con atención lo que sucede y, como propietario de un motovelero, termina haciendo tres viajes de ida y vuelta al puerto de Mariel.
Y ustedes se preguntarán qué pasa mientras tanto en Cuba. Parte de ello se describe en este pasaje de la vida de uno de los tres personajes principales, Ángel, el padre de Emilia y de Eduardo:
Solo le basta recordar el cuento que le hicieron sobre un amigo del instituto preuniversitario de su hijo. Al pobre muchacho le arrancaron a trompadas una oreja por ponerse la camisa y los tenis extranjeros que le había regalado un primo antes de meterse en la embajada. Por suerte, Eduardo está en el Servicio Militar, ajeno a tanta locura. ¡Algo bueno tenía que tener el Servicio! En cuanto a Emilia, ya tiene que estar curada de espanto.
Poco a poco, sin proponérselo, se ha ido acercando al molote y ahora ve confusamente a dos hombres que, con el lomo doblado, golpean a alguien en el suelo mientras una mujer busca la oportunidad de pegarle con una tabla.
―¡Aquí está el marido! ―siente que grita una voz femenina detrás de él.
Al instante le tiran del pelo y le dan una bofetada. Él hace un amago de golpear con la bolsa de cebollas y papas a la que cree responsable del tirón. Acto seguido, suelta la bolsa para inmovilizar el brazo del estudiante uniformado que le ha aplicado una llave alrededor del cuello. Al ver por el rabillo del ojo derecho que se le viene encima un hombre, le lanza una patada para mantenerlo a distancia.
En esto llega el jefe de sector de la policía, quien ordena a la turba vociferante que se aparte de su presa.
―¡Déjenlo, coño, que él no tiene nada que ver con mis asuntos! ―grita Mireya con la cara roja y los ojos humedecidos.
―¡Tú cállate, degenerada, que ustedes son todos iguales y se apañan unos a otros! ¡Gusanos hijos de puta! ―replica una mujer, resuelta a tener la última palabra.
El barullo comienza a aplacarse a regañadientes y, a riesgo de que lo atropellen, el jefe del sector detiene un taxi que parecía renuente no ya a parar, sino a aminorar la marcha.
La retahíla de insultos cae ahora sobre Ángel, quien logra zafarse del tumulto y salta al asfalto. Un camión frena y derrapa. Ángel siente un golpe seco en la oreja izquierda, seguido por un molesto silbido. Sigue en pie, cruzando la otra mitad de Manglar, de lo que infiere que tan solo se ha tratado de un puñetazo bien colocado. Entonces abre una puerta trasera del Lada donde el policía ha montado a Mireya a toda prisa y se lanza de cabeza sobre el asiento.
El taxista pone en marcha el vehículo sin siquiera esperar a que se cierre la puerta.
Más adelante, en otra escena del mismo capítulo, Mireya, la mujer de Ángel, conversa con él mientras se atiende las heridas de la golpiza.
Precisamente por temor a ser objeto de un “acto de repudio” o “mitin relámpago”, no había dejado salir de casa a la niña. Ella misma había salido muy pocas veces, casi siempre para ver a su amiga Ñica en Árbol Seco y forrajear algo de comida. Toda precaución era poca.
Pero quería llevarse al extranjero la mayor cantidad de documentos útiles posibles, como la relación de notas del primer año de Secundaria Básica de Sofía. Por eso decidió arriesgarse de buena mañana e ir personalmente a la Antonio Maceo durante el segundo turno de clases, para dar tiempo a que hubiera alguien en la Dirección y en Secretaría, y a la vez evitar encuentros incómodos por los pasillos. Presentó la renuncia a la subdirectora, que no se la aceptó porque Mireya ya había sido separada de su puesto de auxiliar de limpieza por constituir un mal ejemplo para los estudiantes. La subdirectora lo sentía en el alma por Sofía y entendía que su madre no quisiera mandarla a la escuela en aquellas circunstancias. La remitió a Secretaría para la baja, pero allí no había nadie que pudiera atenderla, por lo que, a las dos horas de haber llegado a la escuela, salió con las manos vacías por donde entró. Entonces hizo de tripas corazón y fue a visitar a Ñica. Llegó a la casa de su amiga sin notar nada extraño por el camino, pero al regreso la estaban esperando profesores y estudiantes, una avanzadilla en la esquina y otros emboscados en el parque. El resto Ángel lo ha visto y sufrido en carne propia.
―¿Qué es ese ruido? ―pregunta él desde su sillón favorito en la sala.
―No lo sé. Parece que es allá abajo ―responde ella acercándose a la puerta del balcón.
―¡Pin, pon, fuera! ¡Abajo la gusanera! ¡Pin, pon, fuera! ¡Abajo la gusanera!
La cantilena se repite sin cesar, como un mantra.
―¡Abajo la escoria!
―¡Que se va-yan! ¡Que se va-yan! ¡Que se va-yan!
―¡Deja a la niña aquí, mala madre, que la infeliz no sabe lo que le espera!
El mitin relámpago retumba en el pasaje.
―Ay, Dios mío, protégenos ―implora Mireya después de observar a la turba hostil por los espacios entre las persianas de una de las contrapuertas.
En ese momento, un huevo se estrella contra el balaustre y una piedra rompe un cristal.
―Apártate del balcón y lleva a la niña para allá atrás ―se le oye decir a Ángel.
―¡Carter, lechuza, llévate a tu gentuza! ¡Carter, lechuza, llévate a tu gentuza!
―¡Que se va-yan! ¡Que se va-yan! ¡Que se va-yan!
No creo que haga falta que me extienda más en “El Mariel”. Ahora debería dar un salto de catorce años hacia el futuro, pero primero vayamos en dirección opuesta, a los años 60, para no pasar por alto un episodio migratorio que toco muy por arribita en la novela. Después del triunfo de la Revolución en 1959, los cubanos podían salir libremente del país y muchos lo abandonaron definitivamente, pero, durante la Crisis de Octubre (o de los Misiles) en 1962, se suspendieron los tres vuelos diarios que había entre Cuba y Estados Unidos, y en la isla quedó mucha gente que quería irse. Hasta que en el 65 Cuba acondicionó el puerto de Camarioca para que los que tenían familiares en Florida les dijeran que fueran a buscarlos por mar. El presidente Johnson en el 65 y luego Carter en el 80 adoptaron ambos una política de brazos abiertos hacia los cubanos que buscaban refugio en Estados Unidos, y ninguno de los dos sospechó que la cantidad de emigrados pudiera convertírsele en un problema. A Johnson le llegaron unos tres mil en poco más de un mes. A Carter, unos ciento veinticinco mil en medio año. Un personaje secundario en la novela se pregunta en 1980 si los americanos han aprendido algo de la historia de la emigración cubana.
Bien. Ahora que hemos visitado brevemente Camarioca en el 65, podemos coger impulso y dar ese salto a 1994. A Emilia, que en Cuba estaba casada con un antiguo preso político y que decidió irse como “escoria” por el puerto de Mariel, la vemos en el 94 en Estados Unidos con varios empleos, trabajando día y noche, y haciéndose camino como tantos otros inmigrantes. En un artículo de opinión que prepara para un periódico miamense, desarrolla la teoría de que la emigración cubana sigue unos ciclos que se repiten casi como un calco. Dejemos que sea ella quien nos hable de esta teoría:
“…10 años después, de julio a agosto del 90, unos 50 individuos entran por sorpresa en las embajadas de España, Checoslovaquia, Bélgica, Italia, Canadá y Suiza, en lo que llega a conocerse como “la crisis de las embajadas”. Esta vez la isla se niega a negociar con los aspirantes a refugiados, quienes tienen que regresar a sus casas. El 9 de septiembre del 93, 11 irrumpen en la de México y, tras las negociaciones que genera el incidente, por tratarse del “amigo entrañable que nunca ha dado la espalda a Cuba”, Castro hace una excepción en su política migratoria y deja salir del país a los ocupantes de la delegación. Durante mayo de 1994 se producen entradas similares en las embajadas de Bélgica, Alemania y el consulado chileno, y la isla mantiene su política de no negociar con los ocupantes, que suman unos 150.”
El reloj en la esquina inferior derecha de la pantalla muestra las 22:50. Emilia envía el borrador a la impresora, se pone de pie y se pregunta qué pensará Pepe de este tercer artículo cuando aparezca publicado. Reconoce para sus adentros que la opinión de su ex le interesa tanto como la de los lectores del diario, y que gran parte de la inspiración le llega de las incontables horas de conversación y vida compartida con él.
Le queda como máximo una hora en la redacción. Se hará el último café de la noche y en casa corregirá en papel esta parte de los antecedentes y desarrollará la idea principal: apenas un par de meses después de los incidentes en las embajadas europeas y el consulado chileno, está a punto de repetirse como un calco otro Mariel. Una teoría, pura especulación, pero es como ella lo ve y lo siente. Lo suyo es descubrir verdades entre los discursos de izquierda y derecha según su propia experiencia, sus observaciones y su instinto.
Mientras tanto, en la isla…
Ya es oficial
Si Estados Unidos no toma medidas rápidas y eficientes para que cese el estímulo a las salidas ilegales del país, entonces nosotros nos sentiremos en el deber de darles instrucciones a los guardafronteras de que no obstaculicen ninguna embarcación que quiera salir de Cuba.
(Fidel Castro Ruz, televisión cubana, 5 de agosto de 1994)
La cita que acaban de ver, así a secas, es otro capítulo, tan breve como el primero y muy similar a este en más de un sentido. ¿Qué sigue a esta otra decisión en la cronología de sucesos relacionados con la emigración cubana? El fenómeno conocido como “Los Balseros”: isleños que se hacen a la mar en embarcaciones improvisadas y precarias con el objetivo de cruzar el Estrecho de La Florida. Los más jóvenes entre ustedes estarán más familiarizados con este otro éxodo que con “El Mariel”, para no hablar de Camarioca. Utilizo entonces pocas imágenes para ilustrarlo, esta vez de Getty Images y con el nombre del fotógrafo.
<FOTOGRAFÍAS DE “BALSEROS”>
Lo que vemos aquí es historia de hace más de veinte años, pero a la vez pura y dura actualidad. Se calcula que en 1994 hayan salido de Cuba más de treinta y cinco mil balseros, y que desde entonces cada año los guardacostas norteamericanos intercepten en el mar a un par de miles. También se dice que uno de cada cuatro muere en el intento.
En estos momentos, marzo de 2016, los balseros continúan intentando llegar a las costas estadounidenses para acogerse a la Ley de Ajuste Cubano. Solo que ahora tienen el problema añadido de que han entrado en una carrera contrarreloj, ya que, con la mejora de las relaciones entre los dos países, se podría derogar esta ley, que ofrece un tratamiento preferencial a los cubanos en comparación con otros emigrantes que llegan allí en condiciones similares.
No tenemos mucho tiempo para profundizar ni en la Ley de Ajuste Cubano ni en el fenómeno de “Los Balseros”, pero en Internet encontrarán abundante material sobre ambos temas.
Tampoco quiero ser un aguafiestas y dar información anticipatoria, y por eso no he querido adentrarme demasiado en la trama del libro, pero debería aclarar que contiene mucho más que fríos datos periodísticos. Como dice su nota publicitaria, Olas explora un mundo de dominó, ron, puros habanos, sexo, drogas y boleros, además de tiburones. También es tristemente relevante en estos momentos en que nos llegan noticias casi todos los días sobre crisis migratorias en el Estrecho de la Florida, en la frontera norteamericana con México, el Estrecho de Gibraltar, Calais, Lampedusa, Kos, el sudeste asiático…
Pongo la novela en manos de ustedes con la esperanza de que la disfruten en primer lugar como obra de ficción. Y si con ella ganan conciencia de la catástrofe humanitaria que se está produciendo ahora mismo, pues mejor aún para todos. En cualquier caso, no es el primer libro que se escribe sobre emigrantes, ni tampoco será el último. La literatura está muy lejos de haber “agotado” el tema de las migraciones humanas.
Ahora, en agradecimiento por que me hayan soportado durante tantos minutos seguidos, se me ocurre mencionar que Olas se ha traducido al inglés, ruso, griego, italiano y recientemente al portugués de Brasil. Lo digo porque seguramente habrá entre ustedes, o en su círculo de familiares y amigos, quien prefiera leer el libro en su lengua materna.
Por otra parte, si no lo saben, el audiolibro en español, del que he utilizado varios fragmentos en esta charla y que vale unos veinte dólares, es gratis con un periodo de prueba también gratis de Audible. El vínculo para acceder directamente al audiolibro lo encontrarán en mi sitio web, www.joseramontorres.com.
Y no les robo más tiempo. Pueden enviarme cualquier pregunta o comentario sobre el libro o esta charla a info@joseramontorres.com, o utilizando el formulario de contacto en mi sitio web.
Espero no haberlos aburrido y que disfruten del libro quienes aún no lo hayan leído. ¡Adiós y gracias otra vez!